El petróleo de sangre no ofrece ninguno de los detalles íntimos del magnífico estudio de Steve Coll del ExxonMobil, Private Empire (2012). Tampoco contiene envíos desde los lugares que Wesnar describe como “recursos-desordenados”. La distancia lleva a unas fallas menores: no fue, por ejemplo, Goodluck Jonathan quien lanzó una amnistía por los militantes del petróleo de Nigeria, sino su predecesor como presidente, Umaru Yar’Adua. Pero lo que Wenar ha producido es el complemento de un filósofo al análisis económico de Joseph Stiglitz, Paul Collier, entre otros. Sus libros añaden a un cuerpo de trabajo en crecimiento discutiendo que el comercio global en recursos naturales está en un costo humano excesivo.
Junto con Jean-Jacques Rousseau, Thomas Hobbes, John Stuart Mill y John Rawls (el autor estudió en Harvard con este último, cuyas ideas sobre la primacía de justicia informa al libro), Wenar cita un gobernante africano quien participa en muchas polémicas en contra del negocio petrolero. Teodoro Obiang Nguema Mbasogo es la personificación de lo que los teóricos llaman la “maldición de los recursos”, la cruel ley que condena a aquellos nacidos en los estados más ricos naturalmente, para estar entre los más desdichados de la tierra.
Obiang tomó el poder en 1979, desde entonces la Guinea Ecuatorial ha sido su feudo. Tan solo las historias de lo que traspira en la prisión Black Beach son suficientes para transmitir la fealdad de su reinado. La fortuna amasada por su hijo — quien sirve, si esa es la palabra correcta, como vice-presidente de una nación donde uno de cada 10 niños muere antes de los cinco años — incluye el guante incrustado con diamante de Michael Jackson y una línea de carros de lujo.
Wenar argumenta que Obiang, como sus compañeros cleptócratas, no tienen derecho justo a disponer de la riqueza natural de su país. Él calcula que más de la mitad de la producción petrolera del mundo no puede ser exportada actualmente sin violar derechos propietarios, porque la gente que vive donde el crudo es extraído — y a quienes les pertenece por derecho — están muy acobardadas para tener algo significativo que decir sobre las decisiones concernientes a su patrimonio nacional. Esto aplica también a otras comodidades extractivas, como las de los diamantes que sostienen al embate de Charles Taylor en Sierra Leona y Liberia. Si estamos de acuerdo, entonces “compañías de petróleo y minería internacionales están mandando por aire, tierra y mar billones de dólares en bienes robados cada día”.
Wenar recorrió más allá del territorio usual del debate de la maldición de los recursos. En efecto, gran parte de su argumento tiene poco que ver con petróleo o minerales. Está basado en un análisis de la aparición del Estado soberano Westphalian y el desarrollo por siglos de contabilidad política. Pero ese progreso, Wenar argumenta, se ha detenido grandemente en las fronteras de los estados cuya exportación principal es el petróleo o minerales. Esas exportaciones generan rentas económicas — moneda fuerte que un país no gana, sino que cobra a compañías que llevan sus commodities crudas. Estas rentas aíslan a los gobernantes delos gobernados.
A esta historia política Wenar agrega algunos principios establecidos de justicia económica. Grafica la transformación del saqueo de un principio de la guerra romana (“al ganador, el botín”) a un crimen de guerra por el cual, entre otras atrocidades, el Nazi Alfred Rosenberg fue sentenciado a la horca en Nuremberg. Adaptó una regla con la cual fideicomisarios inversionistas estarán familiarizados: que un fiduciario (o un presidente encomendado con manejar los recursos de una nación) no debe beneficiarse financieramente por su posición sin el permiso de los inversores (o la gente).
Wenar es cuidadoso de no defender la imposición de la democracia occidental, Quizás para interceptar el cargo de que su proposición es una versión basada en comercio del intervencionismo que descendió en Iraq en el 2003. En su lugar, quiere que nosotros compremos nuestro petróleo y minerales solo desde lugares donde consideremos que las personas han consentido al respecto. Por ello, nosotros (Explícitamente el occidente según Wesnar) debemos estar satisfechos con suficiente información. Deben ser capaces de debatirlo sin ser primero lavados del cerebro. Y deben poder dar su descontento sin arriesgar, digamos, un viaje a Black Beach. Aquí, hay claramente un riesgo de reemplazar “poder hace bien” con “occidente sabe más”. Wenar dice que ya interferimos con los asuntos de los exportadores de cobre africano y los emiratos del Golfo, ricos en gas haciendo negocios con sus demostrablemente rapaces y represivos gobernantes.
Petro-dictadores adquisitivos como Obiang son difícilmente el único problema. “Por la [regla de] efectividad para los recursos, los consumidores del mundo inconscientemente le dieron a Arabia Saudita el soporte financiero para expandir extremismo por décadas”, Wenar escribe. “El movimiento global jihadi que ahora vemos no existiría sin el dinero petrolero”. Por si no fuera peor, países ricos tropiezan sobre sí mismos para ayudar a gobernantes venales a lavar su botín. “Sin acceso a la posesión capital de las clases de alta calidad del occidente,” Wenar denota, “estos regímenes tendrían que afrontar los riesgos de invertir en regiones como la suya.”
Países que se inscribieran en el sistema de comercio limpio de Wenar dejarían de comprar petróleo, gas, minerales y piedras preciosas de Estados que no disfrutaran “soberanía popular de recursos”. La cual, dice, podría ser medida sin mucha dificultad. Ya tenemos bastantes datos midiendo libertad de prensa, percepción de corrupción, entre otras. Aceptando que adoptar un sistema así podría ser costoso. Wesnar señala que, dado el estado del clima, deberíamos dejar el petróleo en el suelo de todas maneras.
Wenar espera que su huelga de dictaduras logre empujar países malditos con recursos a una administración responsable. Pero, él concede: “Pocos regímenes altamente adictos a la renta, y exportadores de petróleo han transicionado a una democracia.” Evita la posibilidad problemática de que la vasta mayoría de los Estados con recursos simplemente no podrán mejorar mientras permanezcan como Estados con recursos. Es verdad que cuando Mobil, como era antes, consiguiera petróleo en Guinea Ecuatorial en 1995, Obiang ya tenía 16 años de tenencia sombría. Pero en otro lugar, desde el Congo hasta Iraq hasta Azerbaijan, las extracciones de recursos naturales comenzaron mucho antes de la independencia. El Estado rentista que siguió fue la raíz del desgobierno, no viceversa. Los gobernadores quienes se atiborran con rentas de recursos tienen poca necesidad de impuestos y por ende pueden apenas ser engatusados a representación.
Dicho esto, el caso moral de Wenar es irresistible. Últimamente, esta es una petición de solidaridad y toleración, una aceptación de lo que Mill llamaba “el deseo a estar en unidad con nuestros semejantes “. En una época de división, estos sentimientos son preciosos.
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